Happy Sneakers: La Revolución de Lavar Tenis en Cuba
En La Habana hay quien lava ropa, quien lava autos y… quien lava tenis. Pero nadie lo hace con tanto estilo como Happy Sneakers, la lavandería que convirtió las suelas en negocio. Detrás del proyecto está Ernesto Prado, un emprendedor joven que pasó de limpiar sus propios zapatos a montar una marca viral en redes y, de paso, abrir la conversación sobre cuánto vale andar con los tenis impecables.
—¿Cómo nació Happy Sneakers?
“Surge un día que estaba en la casa de un amigo y teníamos los tenis súper sucios. Empecé a ayudarle a limpiarlos y, mientras lo hacíamos, hablamos de que queríamos montar un negocio. Yo había visto mucho contenido de gente que limpia tenis en otras partes del mundo; es un oficio posicionado hace tiempo afuera. Pensé: ¿por qué no hacerlo aquí?”
La idea, dice Ernesto, no fue fruto de una noche de humo. Había una necesidad clara —tenis que ya no daban la talla por la mugre— y una inspiración importada: “vi mucho contenido de personas que limpian tenis en el mundo… y pensé en la idea de hacer una lavandería de tenis aquí.”
—¿Y quiénes son los socios? ¿Cómo se conocieron?
“Con Daniel nos conocemos desde la universidad; ya teníamos relación desde hacía como dos años. Le propuse la idea y decidimos abrir el negocio luego de estudiar el proyecto.”
Ernesto habla de la decisión con la calma de quien ya probó el agua y, sin decirlo, se quitó la vergüenza de saltar.
—¿Y el nombre? ¿Por qué “Happy Sneakers”?
“Yo soy pésimo para buscar nombres”, admite, “y el nombre definitivo lo puso él” —dice refiriéndose a su socio—. “A mí me pareció curioso y ahí quedó.”
—¿Happy Sneakers sigue siendo solo lavandería de tenis?
“Empezó siendo solo eso, pero en el segundo mes decidimos aprovechar el local: tenemos como tres habitaciones y abrimos una tienda de ropa. La lavandería está completamente operativa; la boutique la trabajamos durante seis meses y ahora estamos en remodelación para darle una estética más cuidada. También pensamos en un lunch exclusivo para clientes, un espacio donde hacer contacto y encuentro.”
Es decir: negocio híbrido —servicio técnico, retail y experiencia—, una jugada de escala que aprovecha el espacio físico y las oportunidades.
—Cuando salieron en redes se hicieron virales. ¿Eso les dio seguidores o clientes?
“Ambas cosas. La exposición en redes es proporcional a los servicios y ventas que se generan. Tuvimos muchas secuencias de videos virales y eso nos trajo muchísimos clientes; hicimos muchas limpiezas y también benefició a la tienda.”
Ernesto lo resume con una máxima sencilla: visibilidad = demanda. Pero no todo fue aplausos.
—¿Surgieron críticas? ¿Haters?
“Sí. Lo mismo que te trae posicionamiento te puede traer ataques. Hubo gente que lo tomó como una amenaza, principalmente la competencia. Vivimos en una sociedad donde hay que aceptar los criterios de la gente; nos han juzgado bastante.”
Y advierte con franqueza: “Nuestros servicios no son para todo el mundo. Los precios discriminan bastante el público que puede acceder a nosotros.” No es un arrepentimiento; es un dato de mercado.
—¿Por qué mantenerlo entonces? ¿Sigue teniendo sentido en Cuba?
“Lo vi como una solución a un problema que aquí no estaba resuelto. Fue una oportunidad y se nos ha ido súper bien.”
Esa frase cierra la conversación con un dejo de certeza: el negocio respondió a una demanda real y, a la vez, creó una estética —y una comunidad— alrededor de la limpieza profesional de tenis.
—¿Qué viene ahora para Happy Sneakers?
“Seguir creciendo, pero sin apuro. Queremos consolidar la boutique, terminar el lunch y quizás, más adelante, sacar nuestra propia línea de productos de limpieza. La idea es que Happy Sneakers no sea solo una lavandería, sino una experiencia completa.”
En un país donde emprender es casi un acto de fe, Happy Sneakers apostó por algo tan simple —y tan icónico— como un par de tenis limpios. Ernesto lo cuenta con la tranquilidad de quien ya sabe que lo suyo funciona. “Nos ha ido súper bien”, dice y procede a contar una anécdota.
Ernesto sonríe, se acomoda en la silla y suelta: “Una vez hicimos un pedido grande, como de 400 dólares. Fue una locura. Ese cliente me dejó claro que lo que hacemos tiene valor, y que hay gente dispuesta a pagarlo sin pestañear. Fue el día que dije: esto va en serio.”